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El misterio de Feliza Bursztyn: puede alguien morir de tristeza?

MADRID.— “La escultora colombiana Feliza Bursztyn, exiliada en Francia, se murió de tristeza a las 10:15 de la noche del pasado viernes 8 de enero, en un restaurante de París”, escribió Gabriel García Márquez, su amigo y testigo del súbito hecho, presente en aquella fatídica velada de 1982 en la que se disponían a saborear un borsch. El inicio de esta necrológica, recopilada en Notas de prensa, un volumen con artículos del Premio Nobel de Literatura, rondaba a Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973) desde hacía décadas. A través de una pesquisa documental, empática y rigurosa Los nombres de Feliza (Alfaguara) indaga en la vida de esta artista y en los motivos de su muerte a los 48 años.

¿Quién fue esta escultora, dueña de una gran destreza para trabajar con chatarra, hierro y desperdicios, cuya obra se expone en el MoMA de Nueva York, en la Tate Modern de Londres, en las calles de Bogotá, en el Museo Nacional de Colombia y en el Museo La Tertulia? ¿Qué la condujo a su muerte? ¿Cuáles eran las señales de su inminente final?

¿Es posible morir de tristeza? ¿Había recurrido Gabo, una vez más, a la hipérbole? “La vida de Feliza fue un constante enfrentamiento con todas las fuerzas que quisieron limitar su vida: su primer marido que no creía que fuera artista; su religión, que la declaró muerta en vida; el mundo del arte colombiano que era terriblemente machista y no la recibió de buena manera; el mundo político que la quería encerrar y además las leyes del Estado colombiano que la persiguieron. Todo fue una constante lucha por romper esas camisas de fuerza y yo creo que acabó pagando un precio por eso, un precio de desgaste”, describe Vásquez a LA NACION, flamante ganador del Premio Cálamo a la trayectoria de su obra literaria que incluye La forma de las ruinas, Las reputaciones y Volver la vista atrás, entre otras. “Creo que la obsesión de mis libros está en explorar el cruce de caminos entre lo público y lo privado, que con frecuencia pasa por esa cosa tan peligrosa que son las ideas”, resume Vásquez quien se sumerge en Los nombres de Feliza a una dimensión incluso más profunda que la privada, la íntima, la secreta, aquella que no tiene voz.

Esta pieza sin nombre que pertenece a la serie “Las histéricas” se encuentra en el MoMAMoma

El libro, que ya está distribuido en España, estará en librerías argentinas en julio, aunque ya puede conseguirse la edición ebook ($10.499)y el audiolibro ($20.999) en la tienda del grupo Penguin Argentina.

Madre de tres hijas, fruto de su primer matrimonio, “las niñas”, como siempre les decía, a pesar de que hubieran dejado la niñez, se mudaron con su padre a Estados Unidos tras el divorcio. Bursztyn ahorraba cada vez que podía para ir a visitarlas. Vásquez presta atención en su libro a los hechos bisagra de la vida de la artista, pero también a la cotidianidad de sus meses en un gélido exilio en París a la espera de una beca para subsistir.

“Los nombres de Feliza”, de Juan Gabriel Vásquez (Alfaguara)

Bursztyn había crecido en el seno de un hogar judío burgués que había logrado escapar del ascenso del nazismo y que encontró en Colombia un hogar en un clima más benévolo, pero en absoluto ajeno a la violencia política. Allí padeció uno de los dolores más atroces que puede sentir un ser humano: ser abandonado por su propia familia, ser declarada muerta, ser una desterrada sanguínea.

Aquella tragedia sin par no sería lo único que soportaría en su vida esta mujer que amó demasiado, que amó con todo su ser. Bursztyn batalló contra el mundillo del arte que la menospreciaba por ser mujer y por los elementos con los que trabajaba. En esas batallas cabalgaba, hasta que Bursztyn tuvo una idea fabulosa, quijotesca, que la alejaba y la conectaba con la realidad simultáneamente, pero según sus propias riendas: “En un país de machistas, ¡hágase la loca!”, le dijo a una amiga periodista.

“En un país de machistas, ¡hágase la loca!” es una de las frases más famosas de Feliza Bursztyn que se ha convertido en el último tiempo es un poderoso lema archivo.museolatertulia.com

La depresión está ausente de Los nombres de Feliza. Este es uno de los grandes méritos de un novelista como Vásquez: Bursztyn llora una sola vez en el libro. Lucha, intenta mejor, crecer como artista, aferrarse a sus amigos y a su pareja. La tristeza y la angustia no equivalen a la depresión. Bursztyn es un personaje sensual, sociable, dueña de una carcajada estruendosa. Sobre esta contradicción construye Vásquez un libro sobre una mujer que busca diseñar un refugio donde vaya, en especial, entre sus amigos. “Valoraba la amistad de manera especialmente intensa, porque durante muchos años sus amigos fueron su primer círculo de defensa contra el mundo. El lugar que le hacía sentirse protegida, que le hacía sentirse cómoda, mucho más que el espacio de la familia, que para ella fue siempre incierto, frágil, incluso a veces hostil”, dice el autor.

Entre estas amistades aparece una “argentina problemática”, Marta Traba, radicada en Colombia durante muchos años en los años de su matrimonio con Alberto Zamaleo , una crítica que será fundamental en la vida de Bursztyn, un modelo a seguir en osadía, diez años mayor que ella, quien tuvo una trágica muerte junto a su segundo marido la crítico Ángel Rama, en un accidente aéreo en Madrid.

Los nombres de Feliza es una novela —es el libro sobre una vida, pero es mucho más que una biografía — sobre lealtades y deslealtades: “Tanta gente que había tomado por amiga le había dado la espalda, rehuyéndola con excusas, guardando silencios cuando ella necesitó su ayuda… Por su puesto que parte de la culpa era suya, pues Feliza, que se había pasado la vida ayudando a la gente sin que nadie tuviera que pedírselo, había creído tal vez que la gente haría lo mismo”, escribe Vásquez en la interpretación que hace de esta vida excepcional azotada por hostilidades políticas, familiares, sociales, religiosas y misóginas.

Feliza Bursztyn en la presentación de “La baila mecánica” en 1979 en el Museo La Tertulia, en Cali, ColombiaCortesía de Feliza Bursztyn

Tras un viaje a Cuba, donde toma contacto con artista locales ya durante el Régimen de Fidel Castro, a quien conoce en persona, regresa a Colombia y en allí comenzará una espiral de hechos atroces y de gran peligro: “Ella sufrió todos los golpes posible y siempre siguió tercamente adelante, hasta que yo creo que todo eso pasó factura. Rastrear en su vida entera esos momentos que van minando las resistencias morales y emocionales de una persona, que por otra parte era muy fuerte, y tratar de analizar si eso es realmente posible”, considera el autor.

Dos de los momentos más logrados del libro son las entrevistas que reconstruye de la artista, errática y sarcástica a los reportajes, dueña de una hábil retórica que la escudaba de los ataques que su expresión recibía a menudo por parte de la crítica y de los medios.

-Hablemos de la exposición del Museo de Arte Moderno.

-¿Qué quiere que le diga?

-Se llama “Las histéricas”. ¿Por qué?

-Ay, pero otra vez la misma cosa. Mire, si yo tengo que explicar mis obras se me a ir la vida en eso y no voy a tener tiempo para hacerlas. Lo único que puedo decir es lo que todo el mudo ve: que el material es otro. Ya no es chatarra. Llevo varios meses investigando lo que se puede hacer con el acero inoxidable y eso es lo traigo ahora. A veces creo que me gusta más.

-¿Por qué?

-Pues porque brilla y es bonito.

Feliza Bursztyn partió al exilio, en París, a fines de 1981museolatertulia.com

La velada del 8 de enero de 1982 en París, antes de ordenar el borsch en uno de los restaurantes favoritos del matrimonio de García Márquez y Mercedes, Feliza se excusó para ir al baño. A su regreso, con un gesto extraño en el rostro, tomó el menú y pareció desmayarse. Vásquez cuenta de modo poético cómo su cuerpo empezó a volverse frágil y los intentos para reanimarla. García Márquez allí presente brindó su diagnóstico: Feliza murió de tristeza. Los médicos tendrían otra opinión.

“Ella fue siempre muy terca a la hora de defender su derecho a definirse a sí misma frente a un mundo. Y toda su vida es un grito por decir, yo no soy lo que los demás quieren que sea, yo puedo ser lo que yo quiero ser”, sostiene Vásquez sobre esta escultora cuya obra es parte del paisaje y de la escenografía de Bogotá: Monumento a Gandhi, ubicado en céntricas coordenadas de la capital, es una de sus piezas más célebres. A modo de justicia poética, la obra de Bursztyn comienza a ser revisitada y su figura reivindicada, incluso más aún a partir del libro de Vásquez, donde el espectador conecta con una obra por momentos irreverente, una obra que grita desde una sólida presencia, la obra de una mujer que sobrevive al dolor y a la tristeza bajo una máscara de rebeldía.

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