14, marzo, 2025
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Lo amaba, lo reencontró años después, y él le hizo una confesión impactante: Por qué amamos a quien no conocemos?

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¿Por qué creemos que estamos enamorados o, más aún, decimos que amamos a alguien, cuando a veces ni conocemos a quien está del otro lado? ¿Podemos llamarlo amor cuando el otro es casi un perfecto extraño?

Esta es la historia de Cecilia, una mujer que nació en la década del setenta, cuando las Cecilias estaban en auge, junto con las Carolinas, las Marinas, las Lauras y las Verónicas, todas chicas que competían con ella por la atención de Matías, el chico que era un `as´en todos los deportes, dibujaba caricaturas como un profesional y conquistaba a todas las maestras con su media sonrisa compradora. Esto último Cecilia lo sabía porque se lo contaban, no compartían la misma división como para comprobarlo a ciencia cierta.

La primera vez que supo que `gustaba´ de él fue en un recreo del último año de la primaria. Matías estaba coqueteando con Marina y se unió a su grupo de amigas con sus aires de galán y con un cassette en mano con un compilado increíble que incluía temas de The Cure, Madonna, Michael Jackson, U2, Whitesnake, pero lo mejor, Bangles y Pet Shop Boys, ¡le encantaba!

“Recuerdo que pensé que si le gustaba la misma música que a mí, debíamos ser muy parecidos, y a partir de entonces todas las noches me iba a dormir pensando en él y construyendo los mil escenarios de nuestra historia de amor feliz”, cuenta hoy Cecilia.

Cuando los días del secundario llegaron, el amor de Cecilia por Matías había crecido hasta transformarse en su mundo entero. Se levantaba pensando en él, escribía pensando en él, grababa de la radio sus melodías favoritas pensando en él (y se preguntaba si a Matías le gustarían sus elecciones) y se iba a dormir pensando en él.

Grababa de la radio sus melodías favoritas pensando en él…

Nada cambió cuando pasaron a segundo, tercero ni cuarto año. En el colegio observaba cada uno de sus movimientos. Conocía las rutinas con amigos, que en general, al ser él tan deportista, siempre incluían jugar al fútbol cada vez que podía. No le costaba estar cerca de Matías, seguir sus movimientos, por la simple razón de que sus amigas -aunque no todas lo confesaran abiertamente- también querían estar cerca de él: “Ahora que pienso en esos días pasados, ninguna era demasiado disimulada, yo tampoco”, asegura Ceci.

Cierto día, Matías (que por supuesto sabía que ellas estaban pendientes de él) se acercó al grupo de amigas con la excusa de que tenía dificultades en Literatura. La desilusión de Cecilia fue extrema cuando él miró a Verónica directamente a los ojos, como insinuando que quería que ella lo ayudara: “Pero bueno, ella era la chica diez en el cole: abanderada, preferida de los profes. Me dije que se acercaba por puro interés”, cuenta Ceci.

Pero fue más que interés, Verónica y Matías se pusieron de novios, y a Cecilia se le partió el corazón: “¡Cómo sufre el corazón adolescente! Realmente la pasé muy mal, no me interesaba ir al colegio, no quería saber nada de nada. ¡Y ni siquiera era que habíamos sido novios y me dejó!”, dice pensativa.

Matías y Vero iban y venían, ahora él era parte del grupo, y Ceci -que creía conocerlo muy bien de tanto observarlo por años- se acercó a él como amiga. Aprendió a disimular su amor y a transformarse en la chica “cool” con mucha estética, amante de la buena música, y una compañera interesante para charlar.

Pero los días pasaron, el viaje de egresados llegó y toda su templanza se desmoronó. Caro encontró a Ceci en el baño del boliche llorando cuando supo que Vero y Matías tenían planeado estudiar la misma carrera y, por lógica, proyectar una vida juntos. Caro la consoló y le confesó que ella también había estado enganchada con Matías, que la entendía, aunque evidentemente no lo quería tanto como Cecilia. `¡Es que yo lo amo! ¿Entendés? ¡Desde hace años! ¡Desde chicos! Y vos viste la buena onda que tenemos, ¿por qué nunca me vio?´, le lloraba.

A pesar del enorme dolor, algo bueno sucedió esa noche: Ceci liberó sus sentimientos sin tapujos y encontró del otro lado a una amiga que se transformó en un ancla durante muchos años de su vida.

El colegio terminó y durante los primeros años las amistades del secundario siguieron firmes. Ceci comenzó una relación con un buen chico, que duró seis años, mientras que Vero y Matías cortaron definitivamente en algún momento cuando cursaban el tercer año de facultad, mucho antes de que Cecilia le diera fin a su relación. Vero, que nunca había sido demasiado íntima con ella, se alejó del grupo definitivamente y a los pocos años se fue a vivir a España.

Cierto día, cuando Cecilia ya estaba sola y más cerca de los treinta que de los veinte, coincidió con Matías en un bar. Se alegraron mucho al verse, festejaron el encuentro con unas cuantas cervezas, rememoraron tiempos pasados y se pusieron al día.

El viejo sentimiento reflotó en el corazón de Cecilia, aunque con otro sabor: “Al estar con él ahí no sentí ese amor que me desgarraba de chica, pero sí ganas de probar qué onda, darme esa revancha que a veces te da la vida”.

Las burbujas de la cerveza hicieron lo suyo y los viejos compañeros compartieron un remis, que la dejó en la puerta de la casa. Matías la acompañó a la entrada, se acercó a ella, le dio un mínimo beso en la boca, y lanzó casi en un suspiro: “Ahh, de vos me podría enamorar”.

…le dio un mínimo beso…

Cecilia sabía que pronto se iban a volver a ver. Carolina se casaba en unos días y Matías estaba invitado a la fiesta. Llegó con algo así como mariposas en el estómago, más que nada por todo lo que flotaba ahora en el aire, tantos años después; el beso, la verdad, no le había provocado demasiado.

Cruzaron miradas, se sonrieron, charlaron esporádicamente, coincidieron en la barra varias veces (él estaba seguido ahí) y en cierto momento Ceci se dijo que tal vez era buen momento de acercarse y confesar. Confesar todo lo que había significado él para ella, que había sido su mundo, que lo había amado.

Y así lo hizo, se paró junto a él, que a esa altura de la fiesta estaba un poco más que alegre por la bebida, y sacó cada uno de sus sentimientos pasados para afuera. Matías le sonrió y le dijo que por supuesto siempre lo había sospechado, aunque no sabía hasta qué punto sentía lo que sentía.

`Bueno, ahora te digo que no vale la pena que inviertas energía en mí´, continuó. `Soy gay´. Después hizo silencio y prosiguió: `Pero prefiero que por ahora no le digas a nadie lo que te acabo de decir´. Ella sonrió, y tal como había pasado esa noche de egresados, Cecilia supo que no hay mejor sensación que por fin sacar para afuera ciertas cosas que ya son sobrepeso en la vida.

“También me pregunté cómo había podido estar tan enamorada de alguien que, al fin y al cabo, no conocía. Y es algo que hacemos una y otra vez, entregar nuestros pensamientos a quienes muchas veces casi que son completos extraños. ¡Sin dudas, ni yo ni muchos sabíamos quién era él realmente”, concluye.

Si querés contarle tu historia a la Señorita Heart, escribile a [email protected]

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